Brasil hasta el presente no ha formulado política y estrategia nacional para abordar las causas subyacentes de la deforestación y la degradación forestal. Por el contrario, mantiene las mismas premisas y directrices contradictorias que dieron lugar a la desaparición casi total de la Floresta Atlántica, uno de los bosques más ricos en biodiversidad del planeta. Gran parte de los bosques naturales remanentes de la Amazonía y de los demás biomas brasileños está en proceso acelerado hacia al mismo destino.
La Floresta Amazónica, considerada patrimonio nacional por la Constitución brasileña, está siendo eliminada y degradada rápidamente. Desde su promulgación en 1988 hasta 2014, la deforestación acumulada alcanzó la gigantesca superficie de 407.675 km2. La cifra revela la urgente necesidad de invertir esa tendencia.
A pesar de las dificultades económicas y políticas, resultantes de la corrupción sistémica, vividas por el país actualmente, es urgente identificar y analizar cuidadosamente la red de intereses que está destruyendo las últimas florestas primarias del planeta.
Es inconcebible que Brasil aplique fantástica suma de dólares para promover el Mundial de Fútbol (2014) y la Olimpiada (2016), eventos de cortísima duración, y no consigne recursos suficientes para cumplir la determinación constitucional de proteger el patrimonio genético nacional representado por sus florestas, elemento esencial al proyecto de sociedad sostenible delineado por la Carta Magna brasileña.